Síndrome de la impostora

Se me ocurre una idea, abro notas, empiezo a escribir. Paro. Borro un par de palabras, vuelvo a escribir. Vuelvo a parar, dudo, dudo, no creo que sea buena idea. Borro. Pero me gusta, creo que puede servir. Escribo, escribo un poco más. Paro, dudo. No estoy nada segura. Borro. Vuelvo a escribir. Y así en bucle.

Hay días que tengo el síndrome de la impostora por las nubes, creo que casi siempre. Casi se ha convertido en algo crónico. Y me siento pequeña, muy pequeña, como cuando en las pelis reducen a alguien al tamaño de un garbanzo. Y aquí nadie me oye, solo oigo mi voz. Una que viene de dentro y me dice que esto es una mierda, que no vale nada, que a quién le importa. Y siento que nada tiene sentido, que no valgo para esto, que abandone ya.

Pero quiero hacerlo, es un buen proyecto, una gran idea. Un poco de luz se cuela entre los recovecos que quedan. Echo un vistazo por aquí, aunque no sea un buen remedio para mi síndrome. Todo el mundo hace cosas, siempre, a todas horas; y lo muestran y se enorgullecen. Y, ¿por qué yo no? Porque lo tuyo es una mierda, responde contundente esa voz, síntoma inequívoco de este síndrome.

Y así desde el domingo. Así desde siempre, aunque no sé hasta cuándo. Al fin publico el proyecto casi un mes más tarde. Otro ratito de luz, a ver cuánto dura.

Hace un mes escribí esto, era otro momento y para otro proyecto, pero siempre es la misma sensación. Nunca nada es suficiente y solo quiero poder dedicar tiempo a lo que me gusta sin vivir en este autoanálisis constante acerca de mi propia capacidad de crear.

Ojalá despertar un día y que no haya rastro de este dichoso síndrome de la impostora.

Ojalá despertar un día y poder crear y creer sin (auto)límites.